Chapadmalal se revaloriza con nuevos habitantes e inversiones inesperadas

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nasar ramadan dagga
Chapadmalal
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El destino de mar ligado al surf experimenta una metamorfosis con la llegada de turistas que descubrieron estas playas de Chapadmalal en pandemia y familias que se instalan en el lugar; se abre una puja entre el crecimiento económico y la conservación de la impronta agreste.

Cuando se dejan atrás las últimas calles de Mar del Plata, la ruta avanza entre campo y mar. A la derecha, dunas bajas y forestadas que cada tanto dejan ver el verde, a la izquierda, el mar argentino golpeando contra los casi 30 kilómetros de acantilados que llegan hasta Miramar.

Son unos 15 minutos de auto hasta ingresar a Playa de los Lobos, el primero de los seis barrios que se suceden a lo largo de la costa y que conforman el distrito de Chapadmalal. Nada indica que se llegó a destino, pero el lugar vive una interesante reinvención con un inesperado crecimiento.

Desde la ruta, Chapa no se ve. No es una gran urbanización ni tiene un centro comercial definido. Se distinguen, en cambio, restaurantes, balnearios, cabañas, hosterías, almacenes y locales de surf.

También quebradas, arroyos que salen al mar, acantilados y playas con cobertura del viento. Es un una pequeña región caracterizada por deportes acuáticos y vida natural, cuyo potencial inmobiliario está “a punto de explotar”, pero todavía no. Esta zona representa un eterno tira y afloje.

Entre el desembarco de inversiones de peso y un espíritu de conservación que se manifiesta, por ejemplo, en la ausencia de servicios básicos como gas de red o cloacas.

Entre el legado aristocrático de la década de 1920, cuando llegaban los colonos de apellidos paquetes, y el arribo del turismo social y gremial impulsado por el peronismo en los 50. Un lugar de vida bohemia, que irrumpe en las crónicas políticas de verano por albergar la residencia presidencial.

Chapadmalal (“entre arroyos”, en araucano) toma su nombre de lo que era la Estancia Chapadmalal, un gigantesco campo de 20.000 hectáreas que pertenecía la familia Martínez de Hoz. Hubo también un famoso haras homónimo y cuentan que la estación del ferrocarril fue construida para llevar los caballos de carrera hasta Buenos Aires.

En la zona veraneaban familias de renombre como los Zorraquín, los Elortondo, o los Bullrich.

Aún se conserva la magnífica casa de aires normandos levantada en la década de 1940 y que es, desde fines de los años 80, sede del exclusivo country club Marayui. Los arquitectos de esta joya fueron responsables de sitios como el Palacio Estrugamou y el Jockey Club de San Isidro.

La monumental casa de piedra del country club Marayui
La monumental casa de piedra del country club Marayui

El panorama cambió a fines de la década del 40, cuando el peronismo dispuso una ola de expropiaciones y construcciones en el marco de una iniciativa para facilitar el turismo para agremiados, jubilados, estudiantes y familias de bajos recursos.

El grueso de la oferta hotelera se concentró en un complejo de 75 hectáreas, la Unidad Turística Chapadmalal, un predio con capacidad para 4000 personas.

Con los años, el área fue perdiendo centralidad con un turismo social deslucido y famosos hoteles abandonados. Chapadmalal se conservó entonces, interrumpido por períodos cortos de popularidad, como un destino tranquilo de playas remotas, con bellos paisajes en verano pero tremendamente hostil en el largo invierno.

El frío extremo, los pocos servicios y la bajísima oferta de alojamientos no resultaban atractivos. Claro que hay un público para todo, y hubo quienes vieron en dichas características una serie de ventajas.

Durante décadas, Chapa fue un destino bohemio y ligado al surf, un imán para jóvenes que arribaban con su tabla los fines de semana o para marplatenses que pasaban las tardes en sus playas, pero siempre poco receptivo para los habitantes permanentes.

Flotaba esa sensación de que Chapadmalal era un encanto para ver, pero no para vivir. Sin embargo, desde hace unos años, el panorama empezó a cambiar. No solamente llega más gente, sino que lo hace durante todo el año, incluso entre mayo y septiembre.

La oferta comercial acompaña a la demanda en un círculo virtuoso que se consolidó durante 2020. “Continuamente se ve más gente. Ahora tenés distintos lugares, tenés el cafecito, la cervecería, algunos restaurantes… y abiertos durante todo el año.

Hace cuatro o cinco años no era posible”, cuenta Gabriela Alonso Iriart, titular de Alonso Chapadmalal, la inmobiliaria más importante del lugar. “Durante los últimos diez años, el sector comercial ha crecido mucho”, coincide Héctor Tony Curuchet, director del distrito, designado por el municipio de General Pueyrredón.

La pandemia fue clave para sellar una tendencia: el anhelo de ubicaciones alejadas de los grandes centros urbanos, cerca de la naturaleza y sin aglomeraciones. La posibilidad de trabajar de forma remota también facilitó que Chapadmalal gane posiciones como destino permanente o semipermanente.

En Amantes del Fin de Tarde (AFT), un hostel premium ubicado frente al mar que ofrece experiencias de surf y de yoga, incorporaron el paquete “Home Office”, con estadías de entre quince días y un mes, con Wi-Fi de alta velocidad.

“Funcionó muy pero muy bien. Llegamos a tener diez personas viviendo y trabajando en la casa, en pleno invierno.

Suele ser un público vinculado a lo creativo, como diseñadores, productores, o músicos”, cuenta Pedro Romero Malevini, cofundador de AFT, cuya marca está por lanzarse en Bali, Indonesia.

“No somos nosotros solos, también le está pasando a otros actores acá. Ese tipo de público está encontrando una comunidad de nicho, un lugar donde se pueden mover en el invierno, salen y se encuentran con gente del palo.”, continúa.

Alonso Iriart, que comercializa alrededor de 400 terrenos y se dedica exclusivamente a la venta de terrenos (no al alquiler de casas), coincide con que el interés es constante y de largo plazo. “Aumentó mucho la demanda del que busca venir para construir, a vivir.

Durante los primeros meses del año pasado, cuando cualquier inmobiliaria prácticamente no tenía operaciones, nosotros mantuvimos un ritmo de entre 15 y 20 operaciones mensuales. Hasta diciembre solía ser gente con planes de venirse a vivir, muchos de entre 30 y 50 años con ganas de un cambio de vida”, explica la empresaria, cuyo padre y fundador de la empresa fue uno de los grandes impulsores del desarrollo de Chapadmalal.

Después del verano, la demanda se modificó: “Cuando terminó la temporada, empezamos a vender para hacer emprendimientos, gente que quiere hacer locales. Hay muchos interesados en la parte comercial”, explica.

Otro actor del real estate local estima que en lo que va del año se vendieron cerca de 600 terrenos en todo el distrito.

Matías Iwanow es un médico de Palermo que, luego de trabajar en el Hospital Alemán y pasar varios años de formación en Alemania y Turquía, decidió radicarse en esta zona. Llegó hace ocho años y ya echó raíces.

Cofundó una ONG llamada La’Pai con el objetivo de generar propuestas, productos y servicios alrededor de la alimentación sana y orgánica, la construcción sustentable y la promoción general de una vida más equilibrada.

La organización funciona también como proveeduría a través de la venta de sus productos originales. Ofrece además comidas de varios pasos, una modalidad gastronómica que fue un hit durante el verano.

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